¿Intuición? ¿Poderes mentales? ¿Las tapas de los yogures?
No sabría decir. Pero la verdad es que conozco personas de ese tipo, y nunca deja de sorprenderme que suelan acertar. Todo hay que decirlo, en todo este tipo de cosas ayuda tener ciertos atributos como buena memoria, ser una persona observadora y capacidad para analizar las situaciones y a las personas. Tres cosas de las que yo carezco en buena medida (y eso que, según mi madre, predije de niña la muerte de Lady Di en un sueño), y por eso este tipo de cosas tiende a dejarme más o menos así:
Sin embargo, hasta yo sé hacer ciertas conexiones de vez en cuando. Será porque hay cosas que hasta un ciego vería (bien es cierto que no hay más ciego que el que no quiere ver), y eso que yo tengo unas cifras de miopía que cualquier día me granjearán una licencia para vender cupones. Supongo que será porque los seres humanos tenemos la capacidad de mentirnos a nosotros mismos con facilidad, cegándonos a lo que es más que evidente para creer lo que queremos y ver lo que queremos donde lo queremos ver. Pero si esa ceguera tiene algo bueno es que suele curar con el tiempo y a veces acaba por convertirse en toda una mira telescópica.
Porque esas mentiras (las que nos contamos a nosotros mismos) son poderosamente inflamables, y pronto empezamos a notar una pequeña quemazón en nuestro interior. Al principio podemos ignorarlo como quien ignora una picadura de mosquito. Pero no pasa mucho tiempo hasta que las brasas de todo lo que nos hemos contado desembocan en la madre de todos los incendios figurados.
Pobres. Pero no hay nada que podamos hacer por los que se engañan. Sólo puede sacarlos de su (auto)engaño el fuego purificador.
Entretanto, lo único que queda es sentarse en una cómoda butaca, coger palomitas y observar cómo arden lentamente.
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